domingo, 19 de noviembre de 2023

30.- Por vuestras vidas, salgan de las Ciudades

  "Por vuestras vidas, salgan de las Ciudades"


"El Señor Dios puso al hombre en el jardín del Edén para que se ocupara de él y lo custodiara"

(Génesis 2)


Por nuestra propia experiencia conocemos que los seres humanos no hemos nacido para enclaustrarnos en la soledad de las bulliciosas ciudades, y donde la aparente seguridad es eclipsada por mil y una calamidades.


Las luces de neón, los espectáculos y bullicio atraen a las gentes del campo que huyen de sus moradas naturales en busca de mejores empleos y los encuentran; pero a cambio de una esclavitud, a veces, no tan velada.


Las primeras ciudades fueron construidas debido al miedo. Miedo a ser atacados por depredadores primero o por ser diezmados por pueblos extranjeros. En un comienzo, "La unión hace la fuerza" dice el dicho; pero a la larga trae amargas desgracias. 


"Y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, y llamó el nombre de la ciudad del nombre de su hijo, Enoc."

(Génesis 4:17)


Caín, a pesar de la protección de Jehová que maldijo a aquellos que intentarán dañarlo, tenía miedo de sus hermanos y se pasó la vida huyendo, hasta que, exhausto, creó la Ciudad de Enoc, la primera de muchas ciudades más. Las primeras ciudades eran amuralladas y estaban construidas al borde de los ríos y lagos de agua dulce con el fin de sobrevivir a invasiones y otros eventos; pero las ciudades grandes, en general, con el tiempo, terminan degenerando  y provocando más peligros que los que, en un comienzo, podrían solventar.


La masificación humana, dentro de las ciudades, las convierte en un apetecible objetivo de ataques con armas de destrucción masiva. Las grandes ciudades, por la masificación, son fuente de epidemias, pestilencias y crímenes entre sus moradores. Por lo tanto, al final, algo que se construyó como un medio de aumentar la seguridad, termina convirtiéndose en la peor pesadilla de sus moradores.


"Pero cuando viereis a vuestra Ciudad rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Ella, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella."

(Lucas 21:20-21)


Las ciudades también son fuente de aberraciones morales que van contra las más elementales leyes naturales, porque al separarse el Ser Humano de la Madre Tierra pierde la verdadera perspectiva de su misión en la Vida. Así, de trabajador deviene en disfrutador de un simulacro de parque de atracciones donde, como en la Historia de Pinocho, la humanidad se transforma en bestialidad y así, hablamos de la "Jungla de asfalto" y donde el Hombre se ha convertido en un "Lobo para el Hombre"; en un Depredador de su propia Especie. Es decir, la Ciudad ha terminado perdiendo la finalidad para la que los primeros humanos la diseñaron y se ha transformado en una suerte de horror adornada con luces de neón y donde caben todas las aberraciones que se pudieran imaginar; pero, además peligros que solo en las grandes ciudades se pueden encontrar, tales que una letal contaminación atmosférica, tanto de humos como de ruidos, así como de radiaciones ionizantes y no ionizantes que, acumuladas en las viviendas de concreto, en forma de radón, van matando lentamente a sus habitantes. 


"Abandonad las ciudades y habitad en cerros lejanos, oh  sus moradores, y sed como la paloma que hace nido en la boca de la caverna."

(Jeremías 48:28)


En tiempos de tambores y rumores de guerra, permanecer en las ciudades no es lo más sensato en tanto que las guerras, sus batallas, ya no se desarrollan en los campos abiertos sino en las ciudades fortificadas, sus edificaciones, con hormigón armado. Así la población debe de ser evacuada, abandonando sus pertenencias y sus viviendas, para ser ocupadas por los militares fuertemente armados. Así, la propias ciudades y sus viviendas se transforman en objetivos militares estratégicos a destruir. No es buena idea permanecer en las ciudades cuando se barruntan conflictos bélicos. 


"Y oí otra voz procedente del cielo, que decía: ¡Salid de la ciudad pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados ni recibáis parte de sus plagas! Porque sus pecados han sido apilados hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades."

(Apocalipsis 18:4-5)


Hoy, una Gran Ciudad puede ser destruida, de un golpe, mediante un arma nuclear. No es necesario un bombardeo masivo con armas aéreas o de artillería convencionales. No sirve que te escondas en el sótano de tu edificio de concreto cargado del mortal radón, porque si no te destruye el impacto termonuclear lo hará la permanente radioactividad. Y, además, tendrás que soportar el pillaje de los sobrevivientes que tendrán necesidad de comer y beber; pero además se habrán bestializado a consecuencia del horror y las penurias.


Nos encontramos en tiempos muy difíciles y mi consejo, para todos mis amigos, es que si pueden y lo antes posible pongan tierra de por medio y huyan lejos de las ciudades; pero no para formar nuevas y numerosas aglomeraciones sino para distribuirse sabiamente en el campo, cultivar y criar sus alimentos y convivir en pequeños núcleos urbanos alejados de infraestructuras industriales o militares.


Dios les guarde y vayan programando su éxodo a sus respectivos jardines de Edén.


Aralba R+C


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